martes, 3 de abril de 2012

Jeremy Torres-Montero:“Wild Child” El camino de los Aegeti/1(Cap 1)


Shadowplay 1

—Lo sé, ya estoy advertido,
no te fíes de un animal herido—
NACHO VEGAS & CRISTINA ROSENVINGE—ME HE PERDIDO

Percibo la oscuridad que me rodea, no es solo falta de luz, es algo maligno. Mis huesos crujen y la sangre escapa de manera ridícula de mi cuello. Estoy muriendo y lo único que hago es pensar en Isabela. Todo fue en vano, muero, y jamás le encontré un sentido a mi vida.  Aegeti o simplemente Albion, el niño salvaje, el hijo de la fortuna, el vástago del caos. No importa como me hayan llamado en vida, tres años acumulando poder para morir de la manera más ridícula: Deseando ser un humano más, un simple peón inconsciente, inocente.
—Julián—dice el señor blanco, el número cinco dentro del directorio de la organización que decide el accionar de nosotros los Aegeti—no debiste desafiar a Zelema, nuestra madre. Dime… ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué deseaste ser solo un mortal, sin habilidades, sin la capacidad para enfrentarte a nosotros?
Intento organizar mis pensamientos, es en vano.
—Número cinco, la orden fue capturarlo vivo, no tenías que asesinarlo—reconozco esa voz, es Reid, mi tutor en el mundo paranormal.
—Oh, vaya sorpresa, otro rebelde, ¿Acaso está de moda ser un antisistema?—dice el señor Blanco, la oscuridad comienza a desaparecer, puedo ver parte de su rostro, sus dientes amarillos haciendo juego con su piel oscura, luego esa mascara similar a la de una calavera sin mandíbula y el numero cinco tallado en su frente.
—Te veo demasiado confiado, Djibril— Reid deja caer la colilla de su cigarro y añade fuerza al tono de su voz— para ser solo un simple mortal te hizo un daño considerable, no deberías mostrar tanta arrogancia conmigo—la niebla rodeó a Reid, luego dos pequeños Session 1 —Awake



—Las mejores épocas de nuestra vida son aquellas
en las que nos envalentonamos y nos atrevemos a bendecir
el mal que hay en nosotros, considerándolo nuestro supremo bien—
Friedrich Nietzsche —más allá del bien y del mal





Lima es una ciudad gris y caótica, una tierra dispareja de niños ricos y hermosos dispuestos a vivir sin imaginar lo que sucede al otro lado, atrapados en una burbuja perfecta. Lima, ciudad de gallinazos sin plumas que a base de sudor y botellas de plástico intentan tener, en vano, su burbuja imperfecta.
Camino por la plaza de armas. El césped es apenas iluminado por unos faroles que titilantes emiten un destello ensombrecido; las flores me causan cierta nostalgia: Isabela las amaba todas. Desde los tulipanes hasta el diente de león. Todas.
Un fotógrafo se me acerca, es viejísimo, me sonríe con sus dos únicos dientes, los mismos que parecieran intentan escapar de esa boca horrible.
Buenas noches joven… ¿desea una foto?
Me hago el desentendido, pero él sigue a mi lado, sonriendo, mostrándome descaradamente las cavidades en las que se supone el marfil humano debería brotar. Después de unos segundos observándolo accedo, saca una Polaroid casi tan vieja como él, la sujeta con sus huesudas manos.
—Diga Whisky—dice el anciano, su voz es espectral y mercúrica.
Whisky digo mientras hago una parca mueca. No estoy de ánimo para sonrisas.
El anciano se acerca sujetando la foto con sus rugosas manos, salgo gracioso, la alegría transfigura mis labios, hace tiempo que no sonrío.
Son cinco soles.
Busco en mis bolsillos algunas monedas pero apenas y tengo tres soles con cincuenta. Saco mi billetera, encuentro un Valdelomar, dudo que el hombre tenga cambio, pero aun así insisto.
Joven no sea abusivo, no tengo para sencillarlo dice el anciano mientras la sonrisa desaparece de su maltratado rostro.
El silencio me absorbe mientras lo miro de pies a cabeza, su camisa debería ser blanca, su pantalón de buzo azul tiene un par de agujeros y en los pies tiene un par de sandalias rojas en las que leo claramente algo que me da risa: Super Sandals. Después de observar al anciano, decido que él necesita esos cincuenta soles más que yo.
Entonces que sean diez fotos digo con una sonrisa genuina
¿Seguro jovencito? pregunta el anciano sin ocultar la emoción que con dificultad se dibuja en esos ojos tan tristes.
Claro que sí respondo con vehemencia.
El longevo deja escapar los flashes, hago muecas extrañas mientras él toma las fotos, saco la lengua, hago cara de gruñón, prendo un cigarrillo al estilo de James Dean.
Listo jovencito, acá están sus fotos el anciano me alcanza las fotos con sus temblorosas manos.
Muchas gracias le digo mientras una extraña sensación invade mi cuerpo, quizá sea algo de felicidad inexplicable.
El anciano se aleja poco a poco, su andar es el de un hombre cansado de vivir, lanzo una bocanada de humo al cielo, me quedo mirando la luna, es hermosa sin duda.
Joven, puedo pedirle un favor veo al anciano acercándose nuevamente, se ve sereno pero con la determinación de un tirano.
¿Dígame cual?
Quisiera recordar su rostro, es usted un chico muy bueno, ¿podría tomarme una foto con usted?hace una pausa, respira hondo para el recuerdo…
Lo miro, él me observa con simpatía.
—Claro que sí, pero que sean dos fotos pues yo también deseo recordarlo— digo sin pensarlo mucho.
El viejo fotógrafo se acerca y se coloca a mi lado mientras aleja la vieja Polaroid con sus manos temblorosas. Dos flashesseguidos, casi instantáneos confirman que nuestros rostros aparecerán en esos marcos blancos.
—Muchas gracias jovencito, hacía tiempo que no me divertía captando momentos con mi cámara, después de todo este es mi sueño y me siento feliz de tomar fotografías en esta hermosa plaza.
—Muchas gracias a usted, también me divertí con estas fotos— digo observando los momentos congelados en esos marcos blancos.
Me despedí del anciano con un apretón de manos, él sonrió mostrándome por ultima vez sus dos únicos dientes, me aleje poco a poco de la plaza, hipnotizado por la catedral, subí los escalones y miré con cautela la gran puerta de madera, observé a mi alrededor: nadie me veía, las sombras cubrían mi cuerpo, alcé la vista nuevamente — es bastante alta — susurré, concentrando el ka en mis piernas, el suelo se fue agrietando lentamente mientras flexionaba las rodillas para tomar impulso — muero por estar en la cima.
Di el salto, me elevé con facilidad, y mientras mi sombra se dibujaba sobre la plaza, di una voltereta para caer con gracia sobre el techo del templo cristiano. La vista de Lima desde mi azotea improvisada era hermosa, luces y luces se movían intermitentes como luciérnagas escapando de la noche. Me senté mientras prendía un cigarrillo, el humo azul comenzó a elevarse —quisiera volar como el humo, ser totalmente libre— observo con calma el cielo, ninguna estrella es visible, solo la luna que brilla con furia. El viento comienza a golpear con fuerza, las cenizas de mi cigarrillo vuelan agitadas.
Un sujeto cubierto por un sucio y estropeado manto aparece de entre la sombras, no le tomo importancia. El extraño se sienta a mi lado y pronto comienza a hablar:
—Buenas noches, Julián Spiegel— dice con una voz tan fría como el acero.
No le respondo.
Aegeti— dice el extraño, esas palabras capturan toda mi atención.
Lo miro, busco su rostro pero es imposible verlo, las sombras apenas y dejan ver dos ojos que brillan verdes. Recuerdo el significado de aquello que dijo: Aegeti. Significa el que interviene, yo soy uno de esos, nos encargamos de proteger a los seres humanos comunes de demonios, Doppeltgänger´s, y Razzler´s (seres humanos con habilidades especiales), además podemos usar nuestra habilidad para alterar el orden de los sucesos.
— ¿Que deseas?— el desprecio se percibe en mis palabras.
—Nada en particular… solo tu alma.
—Tómala entonces— respondo mientras me pongo de pie.
El viento sopla con tanta fuerza que mueve las nubes, puedo ver un par de estrellas iluminando el firmamento, y sus luces me muestran el rostro del desconocido, no es humano, sus ojos son en realidad dos flamas pequeñas, el rostro es naranja y no tiene nariz, solo una gran boca llena de colmillos. El manto que cubre al demonio desaparece, puedo ver su cuerpo, es tan delgado que sus costillas resaltan sobre su torso de manera grotesca, sus brazos llegan hasta el suelo y en los dedos tiene largas uñas negras que parecen navajas de basalto.
El demonio pasa sus rapaces falanges por mi rostro, son frías como el acero, retrocedo de un salto. La criatura me mira ansiosa, la baba resbala por sus afilados caninos, sin duda tiene hambre.
—Pensé que me darías tu alma sin oponerte—dice la criatura mientras desaparece.
—Venga, inténtalo— una sonrisa torcida en mi rostro— No la tendrás fácil.
Las largas uñas relampaguean tocando levemente mi rostro, rompen el concreto con facilidad. El brillo de sus ojos, verde ígneo, hiela mi sangre, siento terror. Mi piel se quiebra con solo una fría caricia de esas falanges de aceroscuro, giro mientras la sangre recorre mis mejillas, meto las manos dentro de mi casaca negra, saco dos agujas bastante grandes.
Doy un paso hacia adelante y lanzo con potencia las saetillas, un hilo de sangre sale disparado, el cuerpo del demonio aparece delante de mí, golpe letal, las agujas atraviesan su cráneo naranja. El cuerpo de la criatura comienza a quebrarse como un cristal, el viento golpea con fuerza nuevamente llevándose con él los restos de mi adversario.
Concentro nuevamente el Ka en mi cuerpo, la misteriosa niebla comienza a rodearme, segundos después aparezco de nuevo frente a la gran puerta de madera de la catedral de Lima.
Esta noche, para variar, me ha atacado un demonio. Camino hacia la nada mientras trato de perderme en la multitud, todos tan apurados, escapando de Lima, escapando de la gran vorágine que inunda las calles, la gran vorágine tiene nombre: Combis.
Por suerte ya no tengo que subir a esos pedazos de infierno con cuatro ruedas, tengo un auto viejo, muy viejo, pero increíble para atraer chicas.
Escapo de la multitud para entrar en una cochera, dos soles la hora o fracción, se lee en un letrero viejo y lleno de moho, un hombre gordo con la barba mal afeitada me saluda.
—Son ocho soles causita—me dice mientras mastica una tuna, escupe un par de pepas y sonríe— y tres soles por lavarte el carro.
Le doy el dinero, sin más, me acerco a mi auto, un mini Cooper negro del setenta y ocho, abro la puerta y entro con paciencia, prendo el auto y una canción de The Strokes comienza a sonar—last nite she said…— piso el acelerador, giro con facilidad mientras escapo de la cochera del gordo come tunas.
Manejo mientras los personajes de la Lima nocturna aparecen ante mis ojos, chibolos terokaleros peleándose por una bolsa maloliente. Las putas mirándome con desidia y deseo, algunas son viejas y muy gordas, otras delgadísimas con ojeras que superan incluso a la noche. Veo a dos proxenetas golpeando a uno de esos parroquianos que buscan redimir su falta de amor en esos cuerpos de todos, pero aun así  y pudiendo ayudarlo, no me detengo.
Me escapo de esa parte, no es la Lima que me gusta, pero ellos son parte del ecosistema nocturno. Tomo un desvió para escapar de las combis asesinas, pero es en vano, el trafico también esta por Tacna. Prendo un Marlborito rojo será una larga noche hasta llegar a casa.
cuchillos de color carmesí brillando entre sus manos, nunca pensé ver la materialización de Ka de mi tutor, esas pequeñas navajas deben de ser Alondra y Gorrión.
—Insolente, Zelema me dio carta libre, sabes bien lo que significa—el número cinco hizo un chasquido con sus dedos, la enorme guadaña apareció en sus manos—tus cuchillos jamás podrán detener el filo de Cuervo.
—No importa el daño colateral, lo único que interesa es cumplir la misión. Pues te digo algo, mejor huye, la única muerte de hoy será la tuya—Alondra y Gorrión cortaron con facilidad el pecho del señor blanco—Primer corte, si recibes los cuatro golpes te sangrarás al instante.
—Conozco bien tus habilidades, no habrá segundo corte—el número cinco se ve confiado, eleva a Cuervo, el brillo de la guadaña desaparece.
Una ráfaga de energía se desplaza con velocidad hacia Reid, este esquiva el ataque con dificultad, una segunda onda de energía, mi tutor la evade mientras se acerca a mi verdugo, un segundo corte, esta vez en el brazo del enemigo.
—Solo faltan dos, señor Blanco, ¿Acaso crees que con esa ridícula postura podrás…—Reid cae al suelo, tose y la sangre impacta contra el suelo.
—Idiota, las ráfagas eran un señuelo, deberías saberlo. Cuando el brillo de Cuervo desaparece todo el daño que recibo es trasladado a mi objetivo, es decir hacia ti, una Alondra y un Gorrión jamás podrán contra un Cuervo.
El señor Blanco camina hacía donde estoy, puedo ver su maquiavélica sonrisa, el filo de la guadaña rebana la piel de mi espalda, dejo escapar un grito. Puedo escuchar su respiración, trato de pedir ayuda, pero es en vano. Otro impacto, y siento la sangre invadiendo mis pulmones, es el golpe letal.
La recuerdo en ese instante, Isabela, mi chica, mi perdición. Puedo imaginarla a mi lado, la vida parecía más sencilla en aquel entonces. Las lágrimas se mezclan con la sangre. Siento un ardor sobrenatural en mi cuerpo, el fuego negro y luego el gran cuarto blanco.
—Buenas, niño salvaje—dice él, aquel que se autodenomina el verdadero Julián.
— ¿Dónde está la canción de muerte?—le pregunto mientras me pongo de pie.
—Él se encargará ahora de nuestro cuerpo, bueno, hasta que te recuperes. Tenemos un año para charlar, así que cuéntame tu historia, me interesa saber cuan humana puede llegar a ser la llave creada para sellarme—dice él, es idéntico a mi, miento, es solo parecido, él parece un dios.
— ¿A que te refieres con una llave?
—No lo sabes, y pensar que te creías humano, perdóname por destruir tus ilusiones, pues no eres humano, tampoco divino, eres lo más cercano a un sueño, pero en fin eso no importa—hizo una pausa mientras apoyaba un brazo en mi hombro—entretenme y quizá te diga la verdad sobre nosotros, wild child. Quizá y te diga que eres, que somos.
Accedo a la petición de aquel que se llama el verdadero Julián, recuerdo aquella noche en Barranco, el día que pensé conocer la felicidad.
























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